El reto que enfrenta la economía mundial: Una nueva movilización para superar una nueva mediocridad |
Sábado, 04 de Octubre de 2014 22:18 |
Por Christine Lagarde Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional Universidad de Georgetown, Facultad de Servicios Exteriores, 2 de octubre de 2014 Texto preparado para la intervención
Estimado Presidente DeGioa, ¡gracias por su amable presentación!
Estimado Decano Reardon-Anderson, estudiantes, profesores, ¡gracias por darme la bienvenida hoy aquí!
Es un honor para mí ser recibida en una de las mejores facultades de servicios exteriores del mundo, cuya misión declarada es “contribuir a la paz, la prosperidad y el bienestar humano mundial formando generaciones futuras de dirigentes mundiales”.
Los fundadores de esta facultad tenían una visión ambiciosa y sostenible en 1789, pero no sabían que hace 70 años se fundaría el FMI para perseguir los mismos objetivos, pero usando otros medios. No me imagino otro lugar mejor que este para hablar hoy.
Cuando veo el gris y el azul de Georgetown que engalanan este espléndido recinto universitario, no puedo más que pensar en los temas que abordaré hoy: algunos nubarrones “grises” que se ciernen sobre la economía mundial y el firmamento “azul” del crecimiento y la prosperidad que ambos aspiramos alcanzar.
Esta será la cuestión que ocupará a los ministros de Hacienda y los presidentes de los bancos centrales de nuestros 188 países miembros cuando lleguen a Washington la semana próxima en el marco de las Reuniones Anuales del FMI y del Banco Mundial. Por supuesto, también deliberarán sobre la función del FMI.
Permítanme decir algunas palabras sobre el FMI y su función:
Fundado después de la Segunda Guerra Mundial, el FMI ha ayudado al mundo a enfrentar muchas crisis económicas: desde Europa hasta Asia, América Latina, la ex Unión Soviética, y nuevamente Europa. Hemos ayudado a los mercados emergentes y a las naciones más pobres del mundo a integrarse a la economía mundial. Y hemos ayudado a todos nuestros miembros a fortalecer la capacidad económica y financiera.
En los últimos años, brindamos asistencia durante la crisis financiera internacional, la peor que ha enfrentado el mundo desde la Gran Depresión. En los últimos meses, brindamos respaldo a Ucrania, a naciones de Oriente Medio y a los países de África occidental golpeados por el ébola.
Hoy, nuestra principal función consiste en ayudar a la economía mundial a cambiar de marcha y superar lo que ha sido hasta ahora una recuperación decepcionante: una recuperación que es frágil y desigual, y que está rodeada de riesgos.
Esto será lo que más ocupará a las autoridades la semana próxima. De hecho, en muchos sentidos, la economía mundial se encuentra en un punto de inflexión.
Efectivamente, hay una recuperación, pero como todos sabemos —y como todos lo sentimos— el nivel de crecimiento y empleo simplemente no basta. El mundo necesita apuntar más alto y trabajar más duro, hacerlo juntos y centrados en las circunstancias de cada país.
¿A qué me refiero? Me refiero a una combinación de políticas más ambiciosas que representen una “nueva movilización” para poder superar esta “nueva mediocridad” que empaña el futuro. De eso quiero hablarles hoy.
Una de las más ilustres docentes de esta casa, la ex Secretaria de Estado Madeleine Albright, dijo una vez: “El discurso ideal hace de todo: nos hace reír, pensar, llorar y vitorear, ¡preferiblemente en ese orden!”. Lo que deseo hacer hoy más que nada es hacerlos pensar, ¡y con suerte no hacerlos llorar demasiado!
Son dos los temas que tocaré:
i) Primero, el estado de la economía mundial, y el riesgo de que el mundo se quede estancado durante un tiempo en un nivel de crecimiento “mediocre”; y
ii) Segundo, de qué manera todas las autoridades pueden “movilizar” las políticas para robustecer la actividad mundial y evitar la nueva mediocridad. Cerraré con lo que considero prioritario para un nuevo “multilateralismo”: cómo galvanizar la cooperación internacional y la función del FMI. Aquí tenemos, entonces, las tres “emes”: crecimiento mediocre, movilización de políticas y multilateralismo en nuestro accionar.
1. El estado de la economía mundial: ¿Una nueva mediocridad? Primero, un repaso a la situación de la economía mundial. La semana próxima daremos a conocer nuestras previsiones actualizadas, así que hoy me voy a centrar en las tendencias generales. Globalmente, la economía mundial es más débil de lo que habíamos pronosticado hace recién seis meses. Para 2015 prevemos apenas un repunte moderado, ya que hemos revisado a la baja las perspectivas de crecimiento potencial. Naturalmente, el panorama cambia según el país y la región. De hecho, esta es una de las características más notables de la coyuntura económica actual: es muy propia de cada país. Entre las economías avanzadas, el repunte más fuerte será el de Estados Unidos y el Reino Unido. En Japón, será moderado, y el más débil será el de la zona del euro, dentro de la cual existen disparidades. Las economías de mercados emergentes y en desarrollo han estado levantando gran parte del peso durante esta crisis: desde 2008, han generado más del 80% del crecimiento mundial. Nuestro pronóstico es que, lideradas por Asia —y por China en particular— seguirán contribuyendo a alimentar la actividad mundial. Sin embargo, su crecimiento probablemente sea también más lento que antes. En el caso de los países en desarrollo de bajo ingreso, incluidos los de África subsahariana, las perspectivas económicas están mejorando, y prevemos globalmente que el crecimiento se acelerará hasta superar el 6% del año pasado. Pero como algunos países acumularán deuda, también tendrán que ser cuidadosos. Por último, en Oriente Medio las perspectivas están empañadas por transiciones económicas difíciles y por intensas luchas sociales y políticas. ¿Cómo resumir todo esto? A seis años del comienzo de la crisis financiera, la debilidad de la economía mundial perdura. Los países aún están lidiando con los legados de la crisis, como elevadas cargas de deuda y desempleo. Además, hay grandes nubarrones en el horizonte. Uno de ellos es que la baja tasa de crecimiento se prolongue durante mucho tiempo. ¿A qué me refiero? Si la gente guarda la expectativa de que el potencial de crecimiento será más bajo mañana, reducirá la inversión y el consumo hoy. Esta dinámica podría ser un grave obstáculo para la recuperación, especialmente en las economías avanzadas que también están luchando con un elevado desempleo y una baja inflación. Así ocurre en la zona del euro. Se cierne también otro nubarrón sobre la normalización asincrónica de la política monetaria de las economías avanzadas y los posibles efectos de contagio a otros países del mundo entero y los efectos de rebote, que se transmiten a través de las tasas de interés y las fluctuaciones cambiarias. Y a estos nubarrones “económicos” se suman los nubarrones financieros. Preocupa la posibilidad de excesos en el sector financiero, especialmente en las economías avanzadas. Las valoraciones de activos tocan máximos históricos; los diferenciales y la volatilidad tocan mínimos históricos. Otra preocupación es la migración de nuevos riesgos de mercado y de liquidez hacia un mundo financiero “paralelo”. Se trata de un sector no bancario menos regulado, que está creciendo con rapidez en algunos países. En Estados Unidos, por ejemplo, la banca paralela hoy es considerablemente más grande que el sistema bancario tradicional; en Europa, equivale más o menos a la mitad; y en China, a 25-35%, el quinto sector de banca paralela del mundo. Naturalmente, las actividades no bancarias pueden complementar el sector bancario como importante fuente de financiamiento. Pero la opacidad de estas actividades justifica una vigilancia más cuidadosa. También justifica redoblar los esfuerzos por llevar a término los planes de reforma del sector financiero, lo cual implica, entre otras cosas, resolver el problema de las instituciones demasiado grandes para quebrar, fijar un perímetro adecuado para vigilar la banca paralela e imprimir mayor seguridad y transparencia a los mercados de derivados. Así como hay “nubarrones” económicos y financieros, hay riesgos geopolíticos. Mencionaré entre otros los siguientes: La posibilidad de una escalada del conflicto en Ucrania, lo cual podría provocar trastornos en los precios de las materias primas, los mercados financieros y el comercio internacional. La evolución de la situación política en Oriente Medio y algunas partes de Asia. Y una expansión del brote de ébola en África, que podría plantear un riesgo significativo para la región y, de hecho, para el mundo, a menos que se adopten medidas urgentes y apropiadas. Obviamente, todos estos riesgos acarrean un inmenso sufrimiento humano, y esperamos que no se concreten. Pero sería una negligencia actuar simplemente como que no existieran.
2. Nueva movilización de las políticas: Prioridades La economía mundial está en un punto de inflexión: puede avanzar a paso lento con un crecimiento deficiente, es decir, con una “nueva mediocridad”; o puede ir en busca de una mejor trayectoria con políticas enérgicas que permitan acelerar el crecimiento, incrementar el empleo y lograr una “nueva movilización”. ¿Cómo se puede impulsar esa segunda “eme”, es decir la “movilización”? Por un lado, tenemos que equilibrar mejor nuestro conjunto de herramientas de política, recurriendo tanto a la demanda como a la oferta en la economía. Pensemos en el famoso equipo de baloncesto de Georgetown, los Hoyas: todos los jugadores tienen que ponerse de acuerdo para ganar. Es necesario trabajar en equipo. Lo mismo sucede con la economía mundial. Cada instrumento de política tiene que cumplir su función para lograr un equilibrio adecuado. La política monetaria ha brindado un importante apoyo a la demanda durante la crisis. En Estados Unidos, por ejemplo, la expansión cuantitativa por parte de la Reserva Federal ha contribuido mucho a la recuperación. Pero la política monetaria no es suficiente. Además, cuanto más se prolonguen las políticas monetarias laxas, mayor es el riesgo de que se produzcan excesos financieros. Se debe vigilar y gestionar esta situación. Como señalé anteriormente, cuando el repliegue de la expansión monetaria sea inminente, como en Estados Unidos, la necesidad de vigilar y gestionar las implicaciones en otras partes del mundo es igualmente importante. Resulta fundamental adoptar un enfoque continuo y gradual, con comunicaciones claras por parte de la Reserva Federal. También es fundamental que los países que puedan verse más afectados por la normalización monetaria —en especial los mercados emergentes— adopten medidas macroprudenciales adecuadas. ¿Qué son las medidas “macroprudenciales”? Son las que pueden ayudar a impedir excesos financieros y a proteger la estabilidad del sistema financiero, como los coeficientes de liquidez mínima. Si se tratara de los Hoyas, diríamos que la política monetaria está jugando en su puesto y que ahora necesita el apoyo del resto del equipo, es decir, las otras políticas. Aquí hay tres elementos importantes e interrelacionados, y todos pueden ayudar a promover un nivel más alto de crecimiento y empleo: políticas fiscales; reformas estructurales de los mercados de mano de obra y de productos; e inversión pública en infraestructura.
Permítanme abordar cada uno de estos aspectos:
i) En primer lugar, políticas fiscales en pro del crecimiento y en pro del empleo. Es mucho lo que han logrado muchos países en años recientes para reducir los déficits excesivos y poner la deuda bajo control. No podemos desperdiciar estos avances. Sin embargo, aún hay unas cuantas herramientas a las que la política fiscal puede recurrir para promover el crecimiento y el empleo: El ritmo de consolidación y la composición de las medidas fiscales deben respaldar la actividad económica en la medida de lo posible. Desde luego, la cronología específica y el grado de flexibilidad tienen que estar adaptados a las circunstancias de cada país. Es por esta razón que en el FMI hemos asignado prioridad a este asunto en los programas que respaldamos, desde África hasta la zona del euro. Un ritmo prudente. Las medidas fiscales bien focalizadas también pueden ser una ayuda, como por ejemplo reformas que permitan hacer frente a la evasión tributaria, apoyar un gasto público más eficiente y reducir la carga sobre los trabajadores, como por ejemplo reducciones de los impuestos sobre la nómina. Una combinación prudente. La reforma de los subsidios a la energía, que estimamos rondan los US$2 billones al año, también puede generar ingresos. En su forma actual, estos subsidios benefician principalmente a los sectores de la población relativamente pudientes, no a los pobres. Y además son perjudiciales para el medio ambiente. Por lo tanto, las políticas fiscales en pro del crecimiento, en pro del empleo y en pro del medio ambiente pueden ser útiles, pero no pueden ser adoptadas en reemplazo de políticas que eliminen distorsiones arraigadas en los mercados de trabajo y de productos.
ii) Esto me remite a las “reformas estructurales”, que son tan esenciales para fomentar la productividad, la competitividad y el empleo. ¿Qué se debe hacer? Ante todo, no se debe subestimar la magnitud del desafío. En la actualidad aún hay más de 200 millones de personas desempleadas en todo el mundo, y 75 millones son jóvenes. Además, con la excepción del estrato más alto del 1%, los ingresos de la mayoría de las personas se han estancando o reducido en los últimos años. Para impulsar el consumo y la inversión necesitamos un crecimiento más robusto del empleo y los salarios. Concretamente, tenemos que reforzar los mercados de trabajo. ¿Cómo hacerlo? Con políticas activas en el mercado de trabajo que estén bien concebidas y con programas de capacitación que estimulen la demanda de trabajadores, en especial jóvenes. Hay algunos ejemplos útiles en países como Alemania, Australia y Suecia. Y con políticas que incrementen la participación en la fuerza laboral, especialmente la participación de la mujer. En Japón, por ejemplo, está en marcha un importante esfuerzo para ampliar el número de guarderías a fin de incentivar a las mujeres a sumarse a la fuerza laboral, además de ser una manera de contrarrestar las presiones del envejecimiento de la población. En Corea se están estudiando políticas similares. La apertura de los mercados de productos y servicios también puede afianzar los avances derivados de las reformas del mercado de trabajo; un ejemplo está en las muchas profesiones cuyos mercados están cerrados a la competencia en muchos países, como por ejemplo los abogados y los taxistas entre otros. Pero aun en estos casos, estas políticas serán de alcance limitado si no mejoramos el flujo del crédito a la economía. Necesitamos regímenes de insolvencia que puedan ayudar a los bancos y al sector privado a gestionar eficazmente sus cargas de deuda, a fin de liberar sus balances de tal manera que el crédito pueda volver a fluir y lubricar los engranajes de la economía. Una vez más, no existe una solución genérica. Las políticas tienen que estar diseñadas en función de las circunstancias de los países. Pero al margen de las medidas específicas que cada país pueda tomar, todas las naciones tienen que asignar una importancia mucho más alta a la reforma estructural, y a la inversión.
iii) La inversión pública en infraestructura es especialmente importante. ¿Por qué? La crisis ha hecho gran mella en el crecimiento y la inversión, que siguen estando muy por debajo de sus niveles tendenciales a largo plazo. Hemos estimado que, hasta el año pasado, el PIB de los países del G-20 es 8% más bajo de lo que podría haber sido. El déficit en inversión es aún mayor, ya que la inversión está casi un 20% por debajo de la tendencia. En las economías avanzadas, los activos de capital —aeropuertos, electricidad, redes de Internet— se han visto consumidos por recortes constantes que han eliminado un cuarto de la inversión pública: de alrededor de 4% del PIB en los años ochenta a 3% en la actualidad. ¿Debe sorprender entonces que el envejecimiento de la infraestructura sea ahora una preocupación tan importante? Aquí en Washington, la Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles estima que un 99% de las principales carreteras se encuentran en mal estado. A escala mundial, algunas estimaciones sitúan el gasto en infraestructura necesario para los próximos 15 años en US$6 billones. Esta es claramente una necesidad imperiosa en muchos países, donde los cuellos de botella y los obstáculos al transporte y al abastecimiento de energía son enormes y frenan el desarrollo Una vez más, el alcance de la inversión varía según el país, y depende de factores como las deficiencias infraestructurales y el espacio fiscal. Y en todos los países resulta crucial garantizar que el gasto en infraestructura sea eficiente. No cabe duda, sin embargo, de que ese gasto puede brindar un poderoso ímpetu al crecimiento y al empleo. Una observación más: según estimaciones recientes de la Comisión Mundial sobre Economía y Clima, incorporar las normas de reducción de las emisiones en la inversión en infraestructura implicaría un costo equivalente a tan solo una pequeña fracción del gasto total proyectado (aproximadamente 4,5%). Así que la inversión eficiente —sobre todo en un momento en que las tasas de interés se encuentran en mínimos históricos– puede ser buena para el crecimiento, buena para el empleo y buena para el medio ambiente. Observaciones finales sobre el nuevo multilateralismo y el papel del FMI Hemos hablado del crecimiento “mediocre” y de la “movilización” de las políticas que es necesaria para superar esa mediocridad. Quisiera concluir con una tercera “eme”, la del multilateralismo. Hemos presenciado algunos ejemplos concretos de cooperación económica durante esta crisis. Quizás el más destacado haya sido el acercamiento entre los países del G-20 —como por ejemplo para proporcionar recursos adicionales al FMI— con el fin de apuntalar la confianza y salvaguardar el sistema financiero mundial. Hace apenas unas pocas semanas, el G-20 anunció nuevos avances en la formulación de estrategias con el fin de elevar el crecimiento a mediano plazo un 2% en forma colectiva para 2018, para así cumplir la promesa de generar más crecimiento y empleo. El FMI, desde luego, ha sido un foro para la cooperación a lo largo de sus 70 años de historia. Y eso ha continuado durante la crisis. Hemos reorganizado nuestra batería de instrumentos de préstamo, por ejemplo, flexibilizándolos para que proporcionen liquidez de forma precautoria y para que sean más fáciles de acceder en casos de emergencia. Hemos introducido préstamos con tasas de interés de cero para los países miembros de bajo ingreso. También hemos incrementado sustancialmente nuestra asistencia financiera en todo el mundo; cerca de US$700.000 millones en compromisos en los últimos seis años. Hemos realizado algunos nuevos análisis y generado nuevas ideas sobre una diversidad de cuestiones críticas, como la gestión de flujos de capital y los controles de capital, y el creciente grado de interconexión que existe en la economía y los efectos de contagio de las políticas de un país a otro. Hemos analizado mucho más a fondo los efectos negativos de de la desigualdad en el crecimiento; las implicaciones fiscales del cambio climático; y —algo de especial interés para mí— el papel de la mujer en la fuerza laboral y su enorme potencial para elevar el crecimiento y los ingresos. Quizá les sorprenda saber que el principal servicio que ahora brinda el FMI es el fortalecimiento de las capacidades y la asistencia técnica. Casi 90% de nuestros 188 miembros se han beneficiado, desde Mauricio hasta Myanmar y México. También hemos puesto en marcha un programa de cursos masivos en línea, denominado “MOOC”, del que el año pasado egresaron casi 2.000 estudiantes en todo el mundo. Pero para ser eficaces en el siglo XXI obviamente necesitamos contar con recursos adecuados y reflejar adecuadamente la naturaleza dinámica de todos nuestros miembros. A tales efectos, la gran mayoría de nuestros miembros han aprobado una medida para la gestión de gobierno del FMI: la reforma de 2010 del régimen de cuotas. Estamos a la espera de la aprobación por parte de nuestro principal accionista, Estados Unidos, y es algo que esperamos que sucederá pronto. Tras 70 años de labor, continuamos adaptándonos para cumplir con la razón de ser de la institución: salvaguardar la estabilidad ayudando a los países durante calamidades económicas y forjando soluciones basadas en la cooperación para los problemas mundiales. Hacemos esto para ustedes y para las generaciones futuras. Como suelo decir: “Este no es el FMI de antaño”. En realidad ¡es el FMI de la era de ustedes! Juntos, con la mirada puesta en el futuro, quizás estos maravillosos colores de Georgetown puedan guiarnos: hay algunos nubarrones “grises”, pero si apuntamos más alto, trabajamos más duro y lo hacemos juntos podemos lograr un nuevo impulso y descubrir el “azul” del cielo. Gracias.
Fuente: FMI |