Las noticias falsas no son un fenómeno nuevo, pero sí lo es la amplitud con que pueden reproducirse en las redes sociales. Cuando hoy, en varios idiomas, se habla de fake news, se da cuenta de ese fenómeno. La pérdida de centralidad de la fuente y la posibilidad de «viralización» –otro término de época– disminuyen a menudo el interés por la veracidad de la noticia y las capacidades críticas de lectura para identificar lo falso. En la medida en que grandes proporciones de la población se informan en las redes, estas cuestiones tienen consecuencias políticas muy directas, como se vio en varios sucesos recientes.
¿Qué tienen en común la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, el triunfo del Brexit en Reino Unido y el del «No» en el referéndum por la paz en Colombia? En los tres casos se trató de campañas muy polarizadas y, tras el resultado, se habló del papel de los medios y las plataformas digitales, que habrían «intoxicado» la campaña e influido de ese modo en el resultado, que en todos los casos resultó inesperado.
En los últimos meses, las expresiones «fake news» (noticias falsas) y «posverdad» han ocupado gran espacio en los medios de comunicación. El diccionario Oxford eligió el término «posverdad» (en inglés, post-truth) como la palabra internacional del año en 2016 y la definió como las «circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las referencias a emociones y a creencias personales». Es decir, se trata de una falsedad que continúa siendo aceptada aun a sabiendas de que es una falsedad, lo que no impide tomar decisiones basándose en ella. Incluso personalidades como Barack Obama y el papa Francisco se han referido a estos peligros. Durante una rueda de prensa en Alemania en noviembre de 2016, Obama advirtió que «si no somos serios sobre los hechos y sobre lo que es verdad y lo que no lo es, si no podemos diferenciar entre los argumentos serios y la propaganda, entonces tendremos problemas»1. Un mes después, el papa Francisco, en declaraciones a la revista belga Tertio, se manifestó en términos similares al afirmar que «propagar desinformación es probablemente el mayor daño que los medios pueden hacer» y destacó que «utilizar los medios para esto en lugar de educar al público cuenta como pecado»2.
Pero ¿es la posverdad un fenómeno nuevo? ¿No ha habido antes una buena cantidad de noticias falsas? ¿Qué es lo que ha llevado a que ahora hablemos y debatamos ampliamente sobre estos términos? Nos encontramos ante una cuestión que requiere analizar cómo las personas acceden y comparten información en la era digital y cuál es el papel de las plataformas digitales en su propagación. |